Noches como la de este domingo confirman que la NFL es la mejor y más grande competición deportiva que existe en el planeta, sin parangón alguno. Es impresionante como un solo partido se convierte en una montaña rusa de sensaciones. Como se pasa de estar de lo más alto a lo más bajo en cuestión de minutos, y en volver a subir en apenas unos segundos. El encuentro entre Green Bay Packers y Dallas Cowboys fue una clarísima muestra de ello.

Todos los seguidores de estas dos franquicias vivieron más de tres horas de un vaivén constante. Tres horas de angustia y sufrimiento, en las que quedaron envueltos en un éxtasis continúo en el que se mezclaban felicidad y desesperación. Tres horas de un football exquisito que fue imposible paladear. Y tres horas que terminaron con la tristeza más profunda para unos y la mayor de las alegrías para otros. Pero todos ellos exhaustos, con un agotamiento infinito como si ellos mismos hubieran estado recibiendo golpes dentro del emparrillado.

El partido que se disputó anoche en el AT&T Stadium de Arlington fue apasionante, de largo el mejor que hemos visto en una postemporada que está siendo un poco descafeinada. Y me atrevo a decir que seguramente sea el mejor que veremos. Superbowl aparte, será el que este año quede guardado en la retina de todos los locos por este deporte y en el baúl de partidos históricos, aquel al que echamos mano durante las largas offseason que tenemos que atravesar cada primavera-verano. Huelga decir que este duelo rompió todas las previsiones en cuanto a audiencia televisiva. Fue el divisional más visto en los últimos veinte años, y superó claramente en rating a los séptimos partidos tanto de las Finales de la NBA como de las World Series de la MLB.

Aaron Rodgers, vía packers.com

Centrándonos en lo que fue el encuentro, hay claramente un nombre que sobresale por encima del resto: el de Aaron Rodgers. El hombre que rompe con cualquier esquema o análisis que se realice durante la previa a un partido. El hombre que convierte en oro cualquier lanzamiento. El hombre que sobre un campo de fútbol americano hace parecer fácil lo difícil. El hombre que ha resucitado a un equipo desahuciado. El hombre del “relax”, del “run the table”. El hombre que se convirtió en dios. En el dios del football.

El recital que ofreció Rodgers fue abrumador. Más allá de las estadísticas, las cuales ni he mirado para escribir este texto, está jugando a un nivel que pocas veces antes se habían visto en un quarterback. Sus dos últimos meses son una bendita locura, al alcance solo de aquellos que están tocados por la varita. Personalmente yo nunca había visto nada similar. Hemos podido ser testigos de ataques explosivos, muy completos e insultantemente buenos, en los que hasta el último detalle esta estudiado. Lo que hace Rodgers es otra cosa.

Es imposible enseñar a jugar a alguien como él. No hay entrenador o libro que muestren como se completan esos terceros down largos, como se colocan esos pases en ventanas que tan siquiera existen, como se juega en momentos de alto voltaje sin tus dos principales receptores o como se dibujan jugadas con las que ganar cuando el tiempo expira. Rodgers ha nacido para jugar a esto, es un privilegiado que derrocha talento por cada uno de los poros de su piel.

Este domingo, tras conseguir la clasificación y ser preguntado qué pensó después de que Dan Bailey acertara con el field goal del empate, dijo que quedaba mucho tiempo para poder anotar. Claro, mucho tiempo para él son 35 míseros segundos. Es más, le sobraron más de la mitad, él solo necesitaba una jugada. Una jugada de ensueño que se inició con doce segundos para el final, y en la que a falta de tres, y después de un roll out hacía su izquierda y cuando todo parecía acabado, conectó con Jared Cook, quien en un ejercicio de inteligencia y equilibrio, logró mantener los dos pies en el terreno de juego y así completar la recepción. La imagen en la que se ve a Rodgers al fondo después de lanzar, simulando como debía aguantar Cook con ambos pies dentro es asombrosa.

El momento de la recepción en el pase final de Rodgers a Cook, vía Game Pass

Una jugada que silenció a todo un estadio que había visto como su equipo había realizado la proeza de remontar un encuentro que tenían completamente perdido. Sin embargo, la hazaña de Rodgers no se había completado, faltaba que Mason Crosby anotará un field goal nada fácil de 51 yardas. La tensión fue máxima, más aun cuando desde la banda de los Cowboys pidieron un tiempo muerto que invalidó un primer de chut que había pasado por el mismísimo centro entre palos. Al siguiente y definitivo intento, el ovoide no salió igual de bien, dando la sensación que se iría desviado hacia la izquierda, perdiendo la dirección correcta desde que comenzó a volar. Pero por algún motivo que no sabremos nunca, el ovoide tomó un extraño efecto y acabó entrando para delirio de la banda de Green Bay.

Un final dramático que suponía el colofón a una exhibición de ambos conjuntos. Se podrían contar muchas más historias, pero creo que con esto sobra para resumir lo que fue un partido ya memorable entre dos franquicias cuya rivalidad ha crecido un poco más si cabe. Para el recuerdo quedará el gran desempeño de Dak Prescott, un quarterback rookie que ha tenido una primera temporada de ensueño, el intercambio de goles de campo entre Crosby y Bailey en los minutos finales, intercepciones maravillosas, dos líneas ofensivas sobrenaturales, pero sobretodo, una actuación portentosa de un jugador que estará entre los más grandes de siempre. Algún día habrá que preguntarle a Aaron Rodgers si fue él quien con la mirada desvió ese último field goal.

Por Stéfano Prieto

@Stefano_USA

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